Fotografía: Feliciana acudió al cementerio como solía hacer desde hace dos meses. Saludó a los familiares de otras víctimas, colgó su morral a un árbol, se quitó los zapatos y empezó a excavar. Ese mismo día, en la ciudad de Guatemala, se hacía pública la suspensión del juicio por genocidio. Feliciana no se enteró, ella sigue excavando.
Feliciana Bernal Chávez tiene 62 años y vive en Acul, aldea de Nebaj, escenario de una de las 97 masacres cometidas por el ejército de Guatemala en el área Ixil durante el conflicto armado interno, según el Informe del Proyecto Interdiocesano de Recuperación de la Memoria Histórica –REMHI-.
Entre finales del 1981 y principios del 1982, después de una fase intensiva de masacres en el área de Nebaj, se produjo un desplazamiento masivo de población civil hacia el norte del municipio: en la montaña, cientos de personas buscaron refugio y amparo, huyendo de los bombardeos y las matanzas. La falta de alimentos, las condiciones inhumanas de sobrevivencia y la persecución del ejército diezmaron a la población: los primeros en morir fueron los más vulnerables: niños y ancianos.
En estas circunstancias, Feliciana perdió a su hijo Diego, muerto a la edad de un año por "susto" y desnutrición. Como otros vecinos de la zona, fue a enterrar al pequeño en un cementerio clandestino, al lado de la aldea de Xe'xuxcap, a una hora de Acul, caminando.
Después de 30 años, a finales de febrero 2013, la Fundación de Antropología Forense de Guatemala –FAFG– emprendió un trabajo de exhumaciones en este sitio, despertando la esperanza de Feliciana de poder recuperar los restos de su hijo y dignificar su memoria.
Con infinita paciencia y energía, armada con pico y pala, hizo lo que siempre se acostumbró a hacer en su vida: confiar en sus fuerzas y en las de sus compañeros, indiferente a los rumores que llegaban de la capital, según los cuales el juicio por genocidio a su gente se iba a suspender por saber cual razón, después de tantas esperanzas.
En el cementerio clandestino de Xe'xucap, solamente los antropólogos forenses de la capital estaban comentando con frustración las noticias provenientes del tribunal, les indignaba que el proceso se suspendiera de forma tan abrupta.
Las mujeres y hombres ixiles, en cambio, seguían excavando la tierra sin enterarse de que están en el centro de la discusión. Ellos siguen al margen del Estado, al margen de un proceso de paz, al margen de un plan de resarcimiento que cuantifica económicamente las muertes, sin importar los traumas de los sobrevivientes.
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