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El 17 de agosto de 2011 llegaron a La Unión un centenar de mapuche huilliche encabezados por tres machi vestidos con ropa tradicional, manifestándose bajo una lluvia fuerte y helada, para expresarle a Eduardo Hölck, gobernador regional, su oposición a que la Empresa Eléctrica Osorno construya una represa que inundará su territorio a orillas del río Pilmaiquén, que es sagrado.
Entre los machi destaca una mujer:Millaray Huichalaf. Ella, una madre de 22 años que ante todo lucha contra "una política que valora la riqueza cultural del país sólo en los discursos y en la práctica pretende eliminar inexorablemente la cultura mapuche".
Prescindir de la cultura de casi un millón de mapuche ha sido una constante de todos los gobiernos desde hace más de un siglo. En 1993, durante la presidencia de Eduardo Frei, los mapuche pehuenche fueron desplazados de la región de Bio Bío. Las tierras expropiadas se entregaron a Endesa —empresa chileno-española de producción de energía— para que construyera la represa Ralco.
Durante mucho tiempo ser mapuche era una vergüenza. Pero hoy se sienten orgullosos de ser lo que son y decidieron reconstruir la nación mapuche. Se muestran firmemente decididos a recuperar sus tierras sagradas. Y vuelven a hablar y valorar su idioma. Por eso se movilizaron en julio de 2011, cuando Juan Heriberto Ortiz, carabinero jubilado, representante de la Iglesia Evangélica Pentecostal y dueño de las tierras donde se hallan el cementerio y el centro ceremonial sagrado mapuche de Osorno, autorizó que la compañía Pilmaiquén talara robles centenarios para levantar la represa.
"¿Qué dirían los obispos si se inundara una de sus catedrales sagradas para construir una represa?", pregunta Millaray Hichalaf.
Entre los machi destaca una mujer:Millaray Huichalaf. Ella, una madre de 22 años que ante todo lucha contra "una política que valora la riqueza cultural del país sólo en los discursos y en la práctica pretende eliminar inexorablemente la cultura mapuche".
Prescindir de la cultura de casi un millón de mapuche ha sido una constante de todos los gobiernos desde hace más de un siglo. En 1993, durante la presidencia de Eduardo Frei, los mapuche pehuenche fueron desplazados de la región de Bio Bío. Las tierras expropiadas se entregaron a Endesa —empresa chileno-española de producción de energía— para que construyera la represa Ralco.
Durante mucho tiempo ser mapuche era una vergüenza. Pero hoy se sienten orgullosos de ser lo que son y decidieron reconstruir la nación mapuche. Se muestran firmemente decididos a recuperar sus tierras sagradas. Y vuelven a hablar y valorar su idioma. Por eso se movilizaron en julio de 2011, cuando Juan Heriberto Ortiz, carabinero jubilado, representante de la Iglesia Evangélica Pentecostal y dueño de las tierras donde se hallan el cementerio y el centro ceremonial sagrado mapuche de Osorno, autorizó que la compañía Pilmaiquén talara robles centenarios para levantar la represa.
"¿Qué dirían los obispos si se inundara una de sus catedrales sagradas para construir una represa?", pregunta Millaray Hichalaf.
Pilmaiquén quiso "comprar" a los mapuche. Un ingeniero de la empresa hizo hasta lo imposible por arrancarles autorización para construir la represa. Les prometió que bajaría el costo de la luz y que habría muchas fuentes de trabajo. El texto que debían firmar los mapuche era tan enredado que resultaba difícil entender qué implicaba la inundación de su territorio sagrado. La toma de conciencia llegó demasiado tarde. Los directivos de Pilmaiquén están conscientes del hecho; por eso intentan actuar lo más rápido posible aprovechando la falta de información que impera en las comunidades implicadas.
Ante tantos engaños brotó el coraje de los mapuche de Mantilhue, El Roble y Maihue que se instalaron en las tierras sagradas el 12 de julio de 2011. Millaray, quien se convirtió en su vocera, declaró que no permitirían que las empresas siguieran burlándose de su cultura y eludiendo la Ley Indígena que, al menos en teoría, protege los territorios ancestrales.
Las tierras que defienden Millaray Huichalaf y sus compañeros de lucha fueron entregadas por el Estado al pueblo mapuche en el siglo XIX. Entonces los mapuches recibieron títulos de propiedad, los llamados "títulos de merced". Se trata de un término muy ambiguo que sugiere que el Estado les hizo un "favor". "Los pueblos indígenas no aspiran a poseer la tierra. Para nosotros la tierra está viva, la escuchamos, la respetamos. No pertenece a nadie".
Por ley cada familia mapuche debía recibir un territorio que correspondiera al espacio que ocupaba. Las autoridades dictaminaron que ese espacio lo constituían la casa y el huerto. No tomaron en cuenta que se trataba de un pueblo que criaba animales en grandes superficies. Las familias fueron acorraladas en pocas hectáreas, a veces no más de 10.
La sobreexplotación de las tierras disminuyó el rendimiento del suelo, que perdió su valor. Muchos mapuche emigraron a las ciudades. Se convirtieron en mano de obra barata y las comunidades se quedaron sin jóvenes, entre ellos el padre de Millaray que tuvo que instalarse en Osorno para que sus hijos siguieran estudiando. "Mi padre fue educado y quería lo mismo para sus hijos. Fue maestro de primaria. Su sueño era que pudiéramos elegir lo que queríamos ser para salir de la pobreza en la que él había vivido tanto tiempo", comenta.
Millaray Huichalaf habla de su Don de machi: "Descubrí mis aptitudes a los 10 años, cuando me enfermé. Tenía un dolor muy fuerte en los huesos y músculos. No podía comer. Mis padres me llevaron con varios médicos. En vano. Un día una machi nos dijo: ¡Ella es machi! No sabía qué significaba eso".
Comenzó a asumir sus responsabilidades y afirma: "Ser machi significa haberlo sido en otra vida. Por eso siento el sufrimiento que mi pueblo carga en los hombros desde hace siglos. Mientras más iba aprendiendo de los machi, más entendía hasta qué punto nuestra cultura había sido atropellada y más me resultaba urgente reconstruirla".
Poco a poco resistir se transforma en una actitud natural para Millaray: "Nadie está preparado para resistir. Pero yo no tenía opción. Resistir a diario significa aprender —o reaprender— a hablar mapudungún, enseñarlo a los niños y jóvenes y proteger los lugares sagrados, la tradición y las costumbres".
Se fue a la zona de Arauco y Malleco, en el corazón del territorio mapuche, donde las empresas forestales, papeleras, mineras y de energía eléctrica, a menudo extranjeras, se apropiaron de las tierras de los indios aprovechando la indiferencia del sistema político y judicial chileno. Y ahí, en Puerto Choque, Millaray Huichalaf conoció a Natividad Llanquileo, de 27 años, también joven resistente mapuche que vive en una región arrebatada por las empresas forestales, cerca del lago Lleu-Lleu.
Esta zona lleva 10 años en pie de lucha y atrajo la atención de los medios en agosto de 2010, cuando32 mapuche realizaron una huelga de hambre para exigir al gobierno la derogación de la Ley Antiterrorista, promulgada por la dictadura. La huelga fue ampliamente cubierta por la prensa y obligó al presidente Piñera a firmar un proyecto de enmienda de la Ley Antiterrorista. Pero pasó un año y nada cambió: la ley sigue aplicándose únicamente a los mapuches. A principios de 2011, 18 hombres de la comunidad de Natividad Llanquileo fueron acusados de varios delitos. El principal: haber organizado una "emboscada" contra una columna de vehículos blindados.
El juicio duró tres meses y no respetó los "principios elementales de los derechos de la defensa", según declararon observadores internacionales que siguieron el caso. La sentencia fue grave para Héctor Llaitul, José Huenuche, Ramón Llanquileo y Jonathan Huillical, considerados dirigentes de la CAM (Coordinadora Arauco-Malleco).
Héctor Llaitul fue condenado a 14 años y un día de cárcel. Sus tres coacusados —entre ellos Ramón, hermano de Natividad—, a ocho años y un día. Hubo una segunda huelga de hambre para protestar contra el veredicto. Las organizaciones de defensa de los derechos humanos multiplicaron comunicados y denuncias. En vano. La Corte Suprema mantuvo la condena.
Ramón Llanquileo y su hermana Natividad se iniciaron juntos en la lucha de resistencia. "¡Había que vernos! Dos mocosos cosechando papas para pagar los cuadernos y poder ir a la escuela. Nos levantábamos a las cinco de la mañana, nos acostábamos a las nueve de la noche, como nuestro padre, que nos repetía: 'Mientras ustedes duermen, los latifundistas actúan y encuentran otros medios para robar nuestras tierras y hundirnos más'. Nuestra madre tejía incansablemente ponchos y otras prendas artesanales de lana que alimentaban a la familia", recuerda Natividad.
La niña no tardó en darse cuenta de que formaba parte de una minoría al margen de la sociedad chilena. Y muy chica experimentó el sentimiento de inseguridad: una sirena le provocaba angustia, como a todos las y los niños mapuches, recordándoles los numerosos y violentos allanamientos que sufrían sus pueblos.
Al término de sus estudios, Ramón Llanquileo se integró a la CAM. Le gustaba esa organización que defendía las reivindicaciones territoriales y culturales de los mapuches al tiempo que desarrollaba una profunda reflexión sobre esos temas. Natividad se convirtió en vocera de los presos políticos después del encarcelamiento de su hermano.
Estudiante de derecho con una beca que no le alcanza para vivir, Natividad tuvo que trabajar como vendedora y empleada doméstica. Después de cinco años de estudios está a punto de graduarse. Sabe que siendo mapuche no le va a ser fácil ejercer su profesión. Pero Natividad es de armas tomar y está convencida de que el derecho le dará la posibilidad de ayudar a su pueblo.
La urgencia, para Millaray Huichalaf y Natividad Llanquileo, es dedicarse a la recuperación de las tierras. Necesitan que los mapuche que emigraron a las ciudades vuelvan a las comunidades para resucitar sus costumbres y recobrar su orgullo:
"Es el único modo de reconquistar lo que perdimos. Los jóvenes de nuestro pueblo se honran de ser mapuche. Se notan cada vez más indignados por la discriminación de la que son objeto. Tienen un espíritu de rebelión. Muchos nacieron en las ciudades, pero no importa. Siguen siendo mapuche y los noto decididos a no dejarse aplastar y despreciar", resalta Millaray.
Cuenta Natividad: "Llegan en camiones con un helicóptero para supervisar el operativo. Tienen guanacos y zorrillos. Nunca son menos de 60 hombres, a menudo más. Irrumpen en las comunidades, por lo general de noche. Lo rompen todo, destrozan las bolsas de alimentos, destruyen las cosechas, golpean a mujeres y niños sin distinción, se llevan a los hombres a los que califican de posibles terroristas".
Ante tantos engaños brotó el coraje de los mapuche de Mantilhue, El Roble y Maihue que se instalaron en las tierras sagradas el 12 de julio de 2011. Millaray, quien se convirtió en su vocera, declaró que no permitirían que las empresas siguieran burlándose de su cultura y eludiendo la Ley Indígena que, al menos en teoría, protege los territorios ancestrales.
Las tierras que defienden Millaray Huichalaf y sus compañeros de lucha fueron entregadas por el Estado al pueblo mapuche en el siglo XIX. Entonces los mapuches recibieron títulos de propiedad, los llamados "títulos de merced". Se trata de un término muy ambiguo que sugiere que el Estado les hizo un "favor". "Los pueblos indígenas no aspiran a poseer la tierra. Para nosotros la tierra está viva, la escuchamos, la respetamos. No pertenece a nadie".
Por ley cada familia mapuche debía recibir un territorio que correspondiera al espacio que ocupaba. Las autoridades dictaminaron que ese espacio lo constituían la casa y el huerto. No tomaron en cuenta que se trataba de un pueblo que criaba animales en grandes superficies. Las familias fueron acorraladas en pocas hectáreas, a veces no más de 10.
La sobreexplotación de las tierras disminuyó el rendimiento del suelo, que perdió su valor. Muchos mapuche emigraron a las ciudades. Se convirtieron en mano de obra barata y las comunidades se quedaron sin jóvenes, entre ellos el padre de Millaray que tuvo que instalarse en Osorno para que sus hijos siguieran estudiando. "Mi padre fue educado y quería lo mismo para sus hijos. Fue maestro de primaria. Su sueño era que pudiéramos elegir lo que queríamos ser para salir de la pobreza en la que él había vivido tanto tiempo", comenta.
Millaray Huichalaf habla de su Don de machi: "Descubrí mis aptitudes a los 10 años, cuando me enfermé. Tenía un dolor muy fuerte en los huesos y músculos. No podía comer. Mis padres me llevaron con varios médicos. En vano. Un día una machi nos dijo: ¡Ella es machi! No sabía qué significaba eso".
Comenzó a asumir sus responsabilidades y afirma: "Ser machi significa haberlo sido en otra vida. Por eso siento el sufrimiento que mi pueblo carga en los hombros desde hace siglos. Mientras más iba aprendiendo de los machi, más entendía hasta qué punto nuestra cultura había sido atropellada y más me resultaba urgente reconstruirla".
Poco a poco resistir se transforma en una actitud natural para Millaray: "Nadie está preparado para resistir. Pero yo no tenía opción. Resistir a diario significa aprender —o reaprender— a hablar mapudungún, enseñarlo a los niños y jóvenes y proteger los lugares sagrados, la tradición y las costumbres".
Se fue a la zona de Arauco y Malleco, en el corazón del territorio mapuche, donde las empresas forestales, papeleras, mineras y de energía eléctrica, a menudo extranjeras, se apropiaron de las tierras de los indios aprovechando la indiferencia del sistema político y judicial chileno. Y ahí, en Puerto Choque, Millaray Huichalaf conoció a Natividad Llanquileo, de 27 años, también joven resistente mapuche que vive en una región arrebatada por las empresas forestales, cerca del lago Lleu-Lleu.
Esta zona lleva 10 años en pie de lucha y atrajo la atención de los medios en agosto de 2010, cuando32 mapuche realizaron una huelga de hambre para exigir al gobierno la derogación de la Ley Antiterrorista, promulgada por la dictadura. La huelga fue ampliamente cubierta por la prensa y obligó al presidente Piñera a firmar un proyecto de enmienda de la Ley Antiterrorista. Pero pasó un año y nada cambió: la ley sigue aplicándose únicamente a los mapuches. A principios de 2011, 18 hombres de la comunidad de Natividad Llanquileo fueron acusados de varios delitos. El principal: haber organizado una "emboscada" contra una columna de vehículos blindados.
El juicio duró tres meses y no respetó los "principios elementales de los derechos de la defensa", según declararon observadores internacionales que siguieron el caso. La sentencia fue grave para Héctor Llaitul, José Huenuche, Ramón Llanquileo y Jonathan Huillical, considerados dirigentes de la CAM (Coordinadora Arauco-Malleco).
Héctor Llaitul fue condenado a 14 años y un día de cárcel. Sus tres coacusados —entre ellos Ramón, hermano de Natividad—, a ocho años y un día. Hubo una segunda huelga de hambre para protestar contra el veredicto. Las organizaciones de defensa de los derechos humanos multiplicaron comunicados y denuncias. En vano. La Corte Suprema mantuvo la condena.
Ramón Llanquileo y su hermana Natividad se iniciaron juntos en la lucha de resistencia. "¡Había que vernos! Dos mocosos cosechando papas para pagar los cuadernos y poder ir a la escuela. Nos levantábamos a las cinco de la mañana, nos acostábamos a las nueve de la noche, como nuestro padre, que nos repetía: 'Mientras ustedes duermen, los latifundistas actúan y encuentran otros medios para robar nuestras tierras y hundirnos más'. Nuestra madre tejía incansablemente ponchos y otras prendas artesanales de lana que alimentaban a la familia", recuerda Natividad.
La niña no tardó en darse cuenta de que formaba parte de una minoría al margen de la sociedad chilena. Y muy chica experimentó el sentimiento de inseguridad: una sirena le provocaba angustia, como a todos las y los niños mapuches, recordándoles los numerosos y violentos allanamientos que sufrían sus pueblos.
Al término de sus estudios, Ramón Llanquileo se integró a la CAM. Le gustaba esa organización que defendía las reivindicaciones territoriales y culturales de los mapuches al tiempo que desarrollaba una profunda reflexión sobre esos temas. Natividad se convirtió en vocera de los presos políticos después del encarcelamiento de su hermano.
Estudiante de derecho con una beca que no le alcanza para vivir, Natividad tuvo que trabajar como vendedora y empleada doméstica. Después de cinco años de estudios está a punto de graduarse. Sabe que siendo mapuche no le va a ser fácil ejercer su profesión. Pero Natividad es de armas tomar y está convencida de que el derecho le dará la posibilidad de ayudar a su pueblo.
La urgencia, para Millaray Huichalaf y Natividad Llanquileo, es dedicarse a la recuperación de las tierras. Necesitan que los mapuche que emigraron a las ciudades vuelvan a las comunidades para resucitar sus costumbres y recobrar su orgullo:
"Es el único modo de reconquistar lo que perdimos. Los jóvenes de nuestro pueblo se honran de ser mapuche. Se notan cada vez más indignados por la discriminación de la que son objeto. Tienen un espíritu de rebelión. Muchos nacieron en las ciudades, pero no importa. Siguen siendo mapuche y los noto decididos a no dejarse aplastar y despreciar", resalta Millaray.
Cuenta Natividad: "Llegan en camiones con un helicóptero para supervisar el operativo. Tienen guanacos y zorrillos. Nunca son menos de 60 hombres, a menudo más. Irrumpen en las comunidades, por lo general de noche. Lo rompen todo, destrozan las bolsas de alimentos, destruyen las cosechas, golpean a mujeres y niños sin distinción, se llevan a los hombres a los que califican de posibles terroristas".
fuente: http://mvpvlen-manke.blogspot.com
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