lunes, 19 de marzo de 2007

Casimira Rodríguez, la empleada doméstica que fue ministra de justicia de Evo Morales


"Los grandes machos de la ley han visto arrebatado su espacio"
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Salió a los 13 años de su comunidad aborigen a trabajar en la ciudad.
Padeció humillaciones y desprecio. Y terminó encabezando la Federación
Latinoamericana de Trabajadoras del Hogar. Sin ser abogada, fue parte
del primer gabinete del presidente boliviano. Aquí relata su lucha contra
el sometimiento y la experiencia como ministra, un período en el que no
dejó de sufrir discriminación.

Por Mariana Carbajal/ Página 12/ 19 de marzo de 2007


–¿A qué edad empezó a trabajar?
–A los 13 años. Me fui de mi comunidad a trabajar a una casa de familia
en la ciudad de Cochabamba. La llegada a la ciudad es muy difícil, es como
cuando un migrante sale por primera vez de su país y llega a otro.

–¿Quién la llevó a la ciudad?
–Creo que fui víctima de una situación de tráfico. Las personas de la
ciudad se encuentran acostumbradas a llevar chicas desde el pueblo con
promesas de que vamos a ganar un buen sueldo y vamos a poder ayudar a la familia.
Eso me sucedió a mí. Pero cuando llegué a la ciudad, las condiciones fueron
totalmente distintas. El problema es que una no sabe cómo hacer el
trato, no sabe negociar las condiciones de trabajo, no sabe para cuántas personas
va a trabajar y cuando ya está en la casa se da cuenta de que está sometida
a una cantidad de trabajo muy grande. En mi caso, empecé a trabajar en una
casa donde había quince personas, entre abuelos, yernos, hijos, nietos. Los
horarios de trabajo eran extensos. Era muy normal para la señora de la
casa levantarme a las cinco y media o seis de la mañana y tenía que trabajar
hasta las once de la noche. Tenía que lavar para quince personas,
cocinar para quince personas. Fue una experiencia totalmente brutal para mí:
por un lado, sentía el cansancio y por otro, desconsideración.

–¿Sufrió mucho?
–El despertar para mí era una lucha. Cuando algún niño se enfermaba era
mi culpa. Y todo el tiempo tenía que cargar a la guagua. Yo sentía que
desde el niño más pequeño hasta el más grande podían utilizar a la persona que
hacía el servicio. Ellos tenían la idea clara de que podían humillarme. Me
decían: "Oye, tu madre es de pollera y mi madre de vestido". O decían a sus
compañeritos: "Mirá, yo tengo a mi empleada", una forma de mostrar su
status, de hacer ver que alguien los sirve. En la ciudad tuve incluso
que aprender a mentir porque la señora de la casa me decía que dijera que
ella no estaba cuando venía gente a cobrar plata a la casa. No tenían
ninguna  consideración sobre mí, que era una niña y no me permitían tener ni una
salida. Cuando reciben niñas del campo en la ciudad creen que las
pueden explotar como si fueran animales, no hay una conciencia de que pueden
cansarse, de que les gustaría estudiar, de que es duro el cambio de
dejar la comunidad e ir a la ciudad.

–¿Y cómo era su vida en su comunidad antes de partir a la ciudad?
–Mi familia me trataba con cariño, me cuidaba de que no levantara cosas
pesadas, desde una manera muy pedagógica me estaban enseñando a hacer
muchas cosas en la comunidad y de pronto en la ciudad, terminé haciendo todas
las tareas, limpiando los platos, cuidando los niños, ayudando a comprar al
mercado, hasta me despertaban a cualquier hora.

–¿Le pagaban bien, al menos?
–No, nada.

–¿Y por qué no se iba de la casa?
–Mire lo que sucedía: cuando la señora viajaba a mi pueblo, le decía a
mi  mamá: "Tu hija no quiere venirse, quiere estar allá". Y a mí me decía:
"Tu  familia está muy bien, quiere que te quedes con nosotros". Recién a los
dos años llegó mi mamá a verme y tomé la decisión de escaparme para irme
con ella.

–¿No podía decir "me quiero ir, no quiero trabajar más"?
–No, porque a una la manejan psicológicamente. Te dicen: "No, no te
vas, ya sos parte de la familia, te queremos mucho, te vamos a comprar tal
cosa". Es todo un cuento. Me decían que si me iba de la casa me iba a ir muy mal
afuera. Te bloquean psicológicamente. Tampoco me dejaban hablar con la
tiendera ni con un vecino.

–¿Estas situaciones de explotación laboral siguen ocurriendo en
Bolivia?
–Pasan todavía. Cada tanto se rescata a niñas. Hay una conciencia muy
colonialista y no sólo en Bolivia. Estudios de la OIT muestran que
todavía hay en Latinoamérica niños y niños que trabajan igual que una persona
grande, que no reciben salario o que lo reciben sus papás.

–¿Cómo llegó a convertirse en líder del sindicato de trabajadoras del
hogar? ¿Cómo fue el camino desde aquella niña de 13 años?

–Después de regresar a mi comunidad y reencontrarme con mi familia,
volví nuevamente a la ciudad. Las condiciones salariales eran más justas,
pero persistía la situación de fuerte discriminación en el sentido de que
como trabajadora del hogar eres persona, sólo tienes que obedecer. Para
servir, eres persona, pero para opinar, ya no existes. En este segundo
trabajo, en algún momento me encontré con otra trabajadora del hogar del barrio y
me invitó a un grupo que se reunía en una parroquia, donde enseñaban corte
y confección y alfabetización los domingos.

–¿No había podido ir a la escuela?
–Fui en mi comunidad, pero la enseñanza era en castellano y yo hablaba
en quechua.

–¿De ese grupo nació la fundación del sindicato de trabajadoras del
hogar?
–Sí, en 1987. Ese grupo fue muy importante porque aprendimos a
reflexionar  sobre la realidad que vivíamos, gracias al apoyo de educadores
populares que nos hicieron ver la situación de explotación, de discriminación. Fue un
despertar a nuestros derechos, a valorar nuestro origen. Y ese despertar para mí ha sido una fiebre que me ha llegado para poder también informar y compartir esos derechos con otras hermanas del barrio. De pronto, mi
enfermedad empezó a contagiar a otras mujeres: a través de las
dinámicas de grupo que nos habían enseñado los educadores populares otras compañeras
empezaron a reflexionar. El grupo tenía una orientación muy ecuménica,
no era muy católico, ni muy evangélico, ni muy andino, existía esa
diversidad.
A partir de esos encuentros también nace la necesidad de trabajar en
una propuesta que terminara con la discriminación de la Ley General del
Trabajo.  Esa ley reconocía la mitad de los derechos para las trabajadoras del
hogar, es decir, no valían como una persona completa ante la ley.

–¿A qué se refiere?
–Si para los trabajadores normales y corrientes la jornada laboral era
de ocho horas, de lunes a viernes, para las trabajadoras del hogar era de
16 horas y sólo tenían seis horas de descanso los domingos. Mientras que
un contrato de trabajo para cualquier trabajador se debía legalizar en el
Ministerio de Trabajo, la trabajadora del hogar tenía que ir a la
policía como si fuera una delincuente. Por estas diferencias empezamos a
trabajar en una propuesta de ley. Y una vez que la presentamos en el Congreso ante
senadores y diputados y en el Ministerio de Trabajo, iniciamos una
proceso  bastante largo, de casi doce años hasta su aprobación, que se concretó
en el año 2003. En todo ese tiempo fortalecimos la organización: fundamos
primero la Federación Nacional de Trabajadoras del Hogar de Bolivia, en 1993.
Luego visibilizamos la organización y generamos algunas campañas. Nuestras
organizaciones tenían vida los días domingos únicamente. Los propios
movimientos sociales no nos querían aceptar, nos discriminaban, por el
hecho de ser campesinas en la ciudad. Les ha costado aceptarnos y
reconocernos como organización. Cuando ya logramos visibilizarnos, cuando logramos
salir en los medios de comunicación, fue madurando nuestra reivindicación y
fuimos cambiando nuestras consignas: al principio decíamos: "¡Queremos la ley,
queremos la ley!". Sin embargo, empezamos a tomar la letra de la propia
Constitución y a reivindicar que la servidumbre es inconstitucional. La
nueva consigna fue: "No queremos más esclavas modernas".

–¿Qué régimen de trabajo fijó la nueva ley para las trabajadoras del
hogar?
–Jornadas de trabajo de ocho horas. Para las internas, las que trabajan
con "cama adentro", de 10. Vacaciones de 15 días, igual que para todos los
trabajadores. Descanso los fines de semana, y los días feriados.
Indemnización según los años de trabajo. Pero nos ha costado mucho la
aprobación de la ley porque a los políticos les ha costado aceptar
nuestros derechos, salió afuera lo que estaba oculto, las actitudes dentro de la
casa comenzaron a salir. Hemos escuchado muchas críticas de parte de
empleadoras y empleadores, calificativos, desprecios. Los propios políticos no le
daban prioridad al tema.

–¿Y se encontraron con resistencias a la hora del cumplimiento de la
ley?
–Sí, ha habido muchas idas y vueltas. Costó mucho a nivel político y
social que se reconociera que tuviéramos los mismos derechos que los demás
trabajadores. Estamos en el proceso del cumplimiento desde el 2003.
Pero gracias a toda la lucha que hemos dado, las denuncias empezaron a salir
y en cada departamento nuestro sindicato se está encargando de que se haga
cumplir la ley.

–¿Cuántas trabajadoras del hogar hay en Bolivia?
–132 mil. En las ciudades, en la mayoría de las casas de clase media
hay una empleada.

–¿Cuál es el sueldo de una empleada que trabaja ocho horas?
–Varía, pero es un promedio de 50 dólares por mes.

–¿Cómo analiza la situación de las trabajadoras domésticas en la
región?
–Es una realidad bastante triste y complicada el hecho de que muchas
hermanas trabajadoras no conocen sus derechos porque vienen de
comunidades campesinas con pocas oportunidades de educación.

–¿Tienen vínculos con los sindicatos de empleadas domésticas de
Argentina?
–Solamente con el de la ciudad de Córdoba, que sé que está trabajando
muy bien.

–¿Cómo llegó a ser la primera ministra de Justicia del gobierno de Evo
Morales?
–Todo el proceso de aprobación de nuestra ley nos permite conocernos
con otros líderes sociales, entre ellos Evo. Creo que la invitación del
hermano Evo ha sido de alguna forma una reivindicación por nuestra lucha social
en representación de uno de los sectores más postergados de la sociedad,
pero a la vez fue un sopapo muy diplomático hacia quienes han administrado la
Justicia históricamente en el país. Fue una experiencia muy interesante
para muchas mujeres el hecho de tener una ministra de pollera ahí donde los
grandes machos de la ley siempre han estado. De pronto, ellos han visto
arrebatado su espacio. Para mí fue una escuela muy importante. He
sentido el apoyo de las mujeres, pero también las presiones políticas, que han
sido fuertes. A mí misma me ha costado entender la gran responsabilidad que
significa ser una ministra de Estado. En un momento como secretaria
general de la Confederación Latinoamericana de Trabajadoras del Hogar las
compañeras me dijeron: "Ahora, Casimira, tú tienes que mirar Latinoamérica, no
eres de tu país". Y en el momento que llegué a ser ministra recordé esa frase y
dije: "Ahora tengo que mirar a todos los bolivianos y no solamente a un
sector". Eso ha sido muy satisfactorio.

–¿Se sintió discriminada por el hecho de ser una ministra campesina e
indígena, "de pollera", como dicen ustedes?
–Cuando asumí, el Colegio de Abogados pidió mi renuncia. El
viceministro, que era un hombre tradicional de la Justicia, nunca aceptó que yo fuera
su autoridad. Todo el tiempo me decía: "Oye, te enseño...". O: "Pero estas
ideas no sirven...". Esas actitudes te muestran el machismo. Los
primeros días hasta la secretaria que tenía asignada tenía una actitud
discriminatoria y de desprecio. Los jueces tampoco me aceptaban. A
veces, pedía ciertos trabajos y no se hacían oportunamente o llamaba a una
reunión y no aparecían a la hora indicada.

–¿Qué diferencias hay entre la Justicia ordinaria y la de las
comunidades campesinas?
–Muchas. La Justicia ordinaria es un sistema que no está respondiendo a
la población. Hay cantidad de demandas por demoras en las causas, las
personas que no tienen recursos económicos son discriminadas a la hora de
acceder a la Justicia. Se termina brindando justicia a un grupo privilegiado. En
las comunidades es totalmente diferente. Es una Justicia que no entrega
privilegios, más transparente. Y la sanción surge de un consenso entre
la población y no sólo afecta a una persona sino que llama a la reflexión
a toda su familia y no la separa de ella. En la Justicia, la mayor parte
de los castigos son penas de prisión: la persona es alejada de su familia
y en vez de darle una oportunidad, va a volver con una situación más
complicada.

–Por ejemplo, ¿cómo se encara un caso de un robo en una comunidad?
–La comunidad investiga y decide cuál será la sanción. Generalmente es
un resarcimiento a la persona afectada, pero no con plata sino con
trabajo. De esa forma, el resarcimiento se da pronto y es oportuno. Es una decisión
integral: interviene el permiso de la Pachamama, de Dios, de la
comunidad. Es un proceso que se hace delante de todos. En el gobierno de Evo
Morales estamos trabajando en un proyecto de ley para que la Justicia
comunitaria sea reconocida y respetada en sus diversidades y formas de practicarla.
No hay una única manera. En un lugar, un robo puede tener como castigo un
trabajo y en otro, lo pueden exponer al ladrón públicamente para que
todos vean quién es. En algunas regiones la resolución de conflictos se hace
por escrito y queda registrada la sanción en un cuaderno de actas, en otras
no, es oral y se cumple. Esa sabiduría de nuestros pueblos es muy
importante, muy significativa. Nuestro presidente ha creado un Viceministerio de
Justicia Comunitaria para fortalecerla. No aceptamos reconocer el
linchamiento o la muerte.

–Hubo un caso de un alcalde que fue linchado ...
–Ese fue un exceso que lamentablemente ha sido mostrado por la prensa a
nivel internacional como Justicia comunitaria. Pero no lo es. Como le
decía, Justicia comunitaria es un consenso.

–¿Por qué dejó el gobierno?
–Todos los ministros pusimos a disposición del presidente las renuncias
al cumplirse un año del gobierno y el hermano Evo decidió algunos cambios,
entre ellos, que yo dejara el cargo.

–¿Cuál es su próximo desafío?
–Con toda la experiencia que gané en el ministerio quiero seguir
trabajando en el fortalecimiento de las mujeres, no sólo las de mi gremio, sino
también las de otras actividades.

–¿Tiene hijos?
–No.

–¿Y pareja?
–Ahora me voy a dedicar a buscarla (se ríe a carcajadas). Hay muchos
solteros en el gobierno: el presidente, el vicepresidente, muchos
ministros y viceministros. Uno necesita tiempo para una familia y me he dedicado
mucho tiempo al gremio de las trabajadoras del hogar, cada domingo, que era
el único día que nos podíamos reunir. La vida en pareja quedó en un
segundo o tercer plano. El tiempo pasó y no me di cuenta. Para ser un buen líder
es sumamente importante estar bien con la familia, con la pareja, con el
espacio de vida y con el trabajo. Por eso pienso que algo he dejado.
Vas pagando un costo, todo el éxito de una mujer se paga con un precio. Si
hubiera tenido hijos no creo que hubiera alcanzado lo que logré.

–¿Tiene empleada doméstica en su casa?
–Cuando fui ministra mis colaboradores me decían: "tienes que tener una
ayuda". Nunca tuve una empleada. Tener una trabajadora del hogar para
mí siempre fue una contradicción.

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Subnota

¿POR QUE CASIMIRA RODRIGUEZ?
Una mujer "de pollera"

Por Mariana Carbajal

A los 13 años emigró de su comunidad indígena, en el campo, rumbo a la
ciudad de Cochabamba y empezó a trabajar a cambio de techo y comida, en
condiciones casi de esclavitud. Ocho años después, esta mujer quechua,
de trenzas larguísimas y pollera campesina, de hablar sencillo e ideas
firmes, fundaba el sindicato de empleadas domésticas. Casimira Rodríguez llegó
a ser líder de la Federación Nacional de Trabajadoras del Hogar de Bolivia y
también encabezó la Confederación Latinoamericana. Tiene 40 años y la
mayor parte de su vida se dedicó a luchar contra la discriminación y el
sometimiento de las trabajadoras domésticas, y en esa lucha consiguió
la sanción de una ley que regula el horario de trabajo y el derecho a
indemnización y aguinaldo para el sector. Hace poco más de un año, el
flamante presidente Evo Morales la sorprendió al designarla ministra de
Justicia: sin título de abogada –terminó el bachillerato en una escuela
nocturna para adultos y actualmente cursa el segundo año de la carrera
de Antropología– Casimira Rodríguez ocupó el cargo hasta enero último,
cuando al cumplir un año de su gestión Evo cambió buena parte de su gabinete.
Fue la primera mujer quechua y campesina en el gobierno boliviano. Su lucha
por la reivindicación de los derechos de las mujeres continúa.


Alejandra

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